De la teoría del caballo muerto a la ética contradictoria
¿Somos esclavos de lo que creemos?
Oscar M. Seoane
3/28/20253 min read


Todo el mundo tiene creencias. Las creencias, en principio, no son ni buenas ni malas. Allá cada quién con lo que cree y con lo que no. El problema viene cuando hacemos de dichas creencias, algo supuestamente real. Recordemos que, si tenemos evidencia que pruebe tal o cual cosa, ya no creemos, sino que sabemos. El asunto es que, mucho me temo, vivimos de lo que creemos. Tomamos decisiones con base en las emociones y después, las justificamos racionalmente. Esto es así y no tengo intención de discutir al respecto. Es así porque lo sé, no porque lo crea. Entonces, entre creencias y emociones, deambulamos por este valle de lágrimas.
Yo ya no pierdo el tiempo en discutir. Tú ganas, si fuera o fuese el caso. Puedes juzgarme y condenarme, criticarme, odiarme o quererme… ¡Me da igual!
Hay un dicho en México que es una completa estupidez. A saber: “No hagas cosas buenas que parezcan malas”. Es una estupidez porque si es una cosa buena, lo es y punto. La percepción de dicha cosa, le corresponde de forma subjetiva a quien percibe el evento, pero eso no cambia la naturaleza del hecho, que es bueno, en este caso. Y bajo esta estupidez supina, se han justificado muchas decisiones. ¿Lo bueno y lo malo lo tenemos perfectamente definido? ¿En base a qué? Sabemos que matar es malo, pero si matamos a alguien que, a su vez, viene a matarnos a nosotros ¿estamos obrando mal? Si quién mata es el Estado aplicando la pena capital ¿es algo bueno? El acto de matar es el mismo. La consecuencia es quitarle la vida a alguien. El concepto, la justificación, es lo que cambia y le da sentido al asunto. Entonces, en base a un sistema ético y moral, aceptamos o rechazamos una misma cosa, aunque el acto y la consecuencia, no varíen.
¿Y por qué hablar de creencias? Bueno, porque la temática me parece de lo más interesante. Sobre todo, por lo que he explicado. Por si no ha quedado claro, las creencias no significan nada. Que una persona crea o no en la existencia de Dios, no cambia nada en relación con el entorno. Puede que creer motive al creyente de tal manera que influya en su comportamiento, en el actuar del propio individuo, pero suele ser irrelevante para los demás. La importancia de esto es que, en mayor o menor medida, todos nosotros actuamos en base a lo que creemos. Después, justificamos. Por ejemplo, en el mundo empresarial, tenemos la “Teoría del caballo muerto”. Esta teoría es una metáfora satírica que refleja cómo algunas personas enfrentan problemas evidentes que son imposibles de solucionar, pero en lugar de aceptar la realidad, se aferran a justificarlos.
La idea central estriba en que si descubres que estás montando un caballo muerto, lo más sensato es bajarte y dejarlo. Sin embargo, en la práctica, muchas veces ocurre lo contrario. En lugar de abandonar el caballo muerto, se toman medidas como:
Comprar una nueva silla de montar para el caballo.
Mejorar la alimentación del caballo, a pesar de que está muerto.
Cambiar al jinete en lugar de abordar el problema real.
Despedir al encargado de los caballos y contratar a alguien nuevo, esperando un resultado diferente.
Organizar reuniones para discutir cómo aumentar la velocidad del caballo muerto.
Crear comités o equipos de trabajo para analizar el problema del caballo muerto desde todos los ángulos. Estos comités trabajan durante meses, levantan informes y finalmente concluyen lo obvio: el caballo está muerto.
Justificar los esfuerzos comparando el caballo con otros caballos muertos similares, concluyendo que el problema fue una falta de entrenamiento.
Proponer cursos de capacitación para el caballo, lo que implica aumentar el presupuesto.
Redefinir el concepto de "muerto" para convencerse de que el caballo aún tiene posibilidades.
Esta teoría pone en evidencia cómo muchas personas y organizaciones prefieren negar la realidad y desperdiciar tiempo, recursos y esfuerzos en soluciones inútiles, en lugar de aceptar el problema desde el principio y tomar decisiones más inteligentes y efectivas. Y sí, bien analizado el asunto, la teoría descrita tiene un indiscutible componente de creencias.
¿Todavía no está usted convencido? Bien, pues allá usted. Siga creyendo, como seguramente es habitual en su día a día. Recuerde que las opiniones se basan en la ignorancia. Cuando alguien tiene certezas, no es necesario opinar. ¡Qué sí, que usted opina mucho! Y es por eso que tiene un cierto componente de individuo pendejo. No se enfade, lo tenemos todos. El asunto es darse cuenta, asimilarlo y aceptarlo.
Bueno, pues para finalizar este artículo, les quiero dejar una temática al hilo para su oportuna reflexión: ¿Qué pasa cuando tomamos una decisión que nos beneficia a nosotros pero, al mismo tiempo, perjudica a otros? Si aceptamos que lo bueno no puede ser malo y viceversa (lo blanco no puede ser negro), ¿cómo manejaríamos esta aparente paradoja? Qué tengan un excelente día.