Harto de colectivos

Oscar M. Seoane

9/16/20243 min read

Si bien en Filosofía, el tema da para mucho, lo cierto es que, en la vida rutinaria, esa en la que habitualmente pensamos de forma simple y superficial, el asunto del sexo/género sigue de moda, tanto en los medios de comunicación como en las redes sociales. Para mí, sin caer demasiado en el batiburrillo dialéctico, el sexo no se elige, porque es una cuestión de tipo biológico, mientras que el género es un asunto de tipo social. Así de simple. A partir de aquí, un fulano cualquiera al que le cuelga un pene, socialmente podrá declararse «no binario», ente metafísico, garbanzo alpujarreño o plutoniano sideral. A mí, en lo personal, me importa un carajo. El susodicho, como ser humano, tendrá los respectivos derechos como cualquier otro individuo, y obligaciones también. Ni más derechos, ni menos. Así que, con su badajo entrepiernil, realizará el acto de la micción de pie o sentado, de lado o en cúbito supino, al igual que el resto de seres bajo la misma condición biológica. El «cómo», cada quien tendrá que decidirlo. Entonces, bajo esta tesitura, uno empieza a estar harto de tanta imposición social con estos individuos reivindicadores de lo absurdo. Pueden manifestarse el día del orgullo, el día de los prepucios brillantes o el de las vaginas peludas. A mí me da igual. El problema es que yo, al igual que ellos, ellas o elles, también tengo derechos. Tengo derecho a que no me estén bombardeando todo el día con sus mierdas, tengo derecho a «vetar» o aceptar en mi círculo inmediato a estas personas porque, como dije, es un asunto social y, bajo esta perspectiva, yo decido con quien me junto y con quien no. También tengo derecho a que me dejen en paz, a discrepar de sus movimientos, a tener mi propia visión del asunto y a tratar de vivir con mis propios problemas sin que me salpiquen con sus miserias, decenas de colectivos cuyas reivindicaciones no me interesan. Así que, con todo respeto, váyanse a tomar viento fresco. Y no, señores gays y lesbianas, el matrimonio se da entre individuos de distinto sexo, así que, si ustedes deciden «casarse», sepan que eso es «otra cosa». Así que, por mucho que lloren y pataleen, el asunto no puede ser llamado «matrimonio». Aunque, viendo el nivel que tenemos actualmente entre los legisladores de todo el mundo (o casi), se pasarán por el forro de las gónadas el tema y aquí no pasa nada. Disfruten pues, del nivel educativo, del razonamiento, de lo votado y de la madre que los parió. Ah, y aclaro que no soy homofóbico. Lo aclaro por si alguien que lee esto, empieza a hacerse pajas mentales con el asunto. Como dije, tratándose de un tema social, es lo que pienso. Por supuesto, el tema de la homosexualidad es muy respetable. Cada quién que se acueste con quien guste pero ¿hay que decirle eso al mundo? ¿Necesitamos enterarnos de las preferencias del prójimo? Hasta hace pocos años, la homosexualidad estaba considerada por la OMS como una enfermedad. Ahora ya no y me parece muy bien. Es decir, los homosexuales siempre han existido y existirán, así que, no entiendo el por qué de tanto rollo. Lo que quiero decir es que, como siempre, nos dedicamos a etiquetar, aunque siempre habrá alguien empeñado en decirnos lo que es bueno y lo que es malo. Vale, pues simplemente basta que un individuo con poder, elimine esa «enfermedad» de un documento y ya está. No se olviden que la zoofilia también existe (considerada como parafilia). Sugiero crear un colectivo para la «liberación de las cabras en Castilla», una ley que permita el «matrimonio» con tilapias y, ya de paso, que se reconozca médicamente el bienestar que provoca en las neuronas cerebrales, el hecho de experimentar un orgasmo intra especie (algún estudio habrá). ¿Derechos de los animales? Señores, los «derechos» llevan implítito las «obligaciones» y los animales NO tienen obligaciones. ¡Qué mundo de gilipollas!