Herramientas de control social

Un breve ensayo

Oscar M. Seoane

12/20/20243 min read

En las sociedades contemporáneas, la manipulación y el consumismo se han convertido en mecanismos fundamentales para mantener el control social y perpetuar las desigualdades económicas. Estos fenómenos, aunque diferentes en su forma, comparten un objetivo común: garantizar que las personas permanezcan dependientes del sistema y alejadas de una reflexión crítica sobre su realidad.

La manipulación social es una estrategia utilizada históricamente por las élites políticas y económicas para consolidar su poder. Este proceso implica la creación de necesidades artificiales que obligan a las personas a depender del sistema. Un ejemplo clásico es el fenómeno de los enclosures en Reino Unido, donde comunidades autosuficientes fueron despojadas de sus tierras comunes, forzándolas a integrarse en una economía monetaria y generando una deuda constante que perpetuó su dependencia económica.

En la actualidad, estas tácticas han evolucionado hacia formas más sutiles. Las élites utilizan herramientas como la propaganda, la desinformación y el discurso público para moldear las percepciones colectivas. A mi modo de ver, los medios de comunicación desempeñan un papel clave en este proceso al controlar el acceso al discurso público y desviar la atención de los problemas estructurales hacia temas irrelevantes o emocionales. Esto mantiene a la población ocupada y distraída, incapaz de cuestionar críticamente las dinámicas de poder.

El consumismo moderno es otra forma de manipulación que opera mediante la creación de "necesidades hacia arriba". Estas son necesidades artificiales que van más allá de lo básico (como alimento o refugio) e incluyen bienes asociados al prestigio social, como ropa de marca o tecnología avanzada. Este sistema fomenta una carrera interminable por adquirir más cosas, lo que garantiza que las personas sigan trabajando y consumiendo sin detenerse a cuestionar si realmente necesitan lo que compran. Podríamos encuadrar esto dentro de lo que Morris denomina como “Superestatus”. Al hilo de la cuestión, aunque con una variación en su perspectiva, Zygmunt Bauman describe esta dinámica como un ciclo de insatisfacción perpetua: cuanto más se consume, mayor es la frustración debido a la imposibilidad de alcanzar la felicidad prometida por el sistema consumista. Este modelo no solo afecta a nivel individual, sino que también tiene consecuencias globales al exacerbar las desigualdades sociales y los problemas ambientales.

Ambos fenómenos —la manipulación y el consumismo— son herramientas para reproducir el poder de las élites. Al mantener a las personas endeudadas, ocupadas y distraídas con necesidades artificiales, se evita que cuestionen las estructuras económicas y políticas que los oprimen. Además, estas estrategias refuerzan jerarquías sociales artificiales que perpetúan la desigualdad.

Por otro lado, el sistema beneficia únicamente a un pequeño grupo privilegiado. Las élites económicas no solo acumulan riqueza mediante estas dinámicas, sino que también utilizan a los ricos como chivos expiatorios para desviar la atención pública de los verdaderos responsables del sistema opresivo.

La guerra es otra herramienta de control ampliamente estudiada. Morris también describe el asunto en una brillante exposición que va desde los criterios de la antigüedad hasta nuestros tiempos. El individuo, en tanto que individuo, no importa.

Esto dice Morris respecto a la problemática actual, aplicable al contexto de las amenazas constantes que, en estos tiempos, experimenta el mundo: Si los dirigentes actuales se vieran obligados a servir en las líneas de combate, se mostrarían mucho más cautos y “humanos” en el momento de tomar su decisión inicial. Quizá no sea demasiado cínico sugerir que éste es el motivo de que se hallen dispuestos a librar guerras “menores”, pero les aterrorizan las guerras nucleares. El radio de acción de las armas nucleares les ha vuelto a situar accidentalmente en las líneas del frente. Tal vez, en lugar del desarme nuclear, lo que deberíamos estar exigiendo es la destrucción de los búnkers subterráneos de cemento que ya han construido para su propia protección. (Morris, pp. 120)

La temática puede ser muy compleja o demasiado simple. La simpleza estriba, a mi modo de ver, en no dejar de lado la naturaleza humana; es decir, considerar siempre la parte biológica del individuo, que responde a ciertos impulsos que se han demostrado inmutables a lo largo de la historia. La complejidad, sin embargo, comienza cuando, adicional a lo anterior, metemos en el mismo saco las emociones, acciones y justificaciones que, con base en ideales de índole diversa, conforman el círculo de estupidez propio que caracteriza a la especie humana.