La ilusión de la verdad colectiva
El cebo de lo superficial
Oscar M. Seoane
12/13/20244 min read


El presente texto invita a reflexionar sobre la complejidad de la existencia humana en un mundo donde la razón y el sentimiento deben convivir en equilibrio, pero a menudo se enfrentan como opuestos irreconciliables. La educación, entendida como una herramienta esencial para desenvolverse con coherencia en la vida, se convierte en un pilar fundamental para sobrevivir en una realidad que constantemente nos desafía. Sin embargo, no basta con razonar; también es imprescindible sentir. Vivir sin sentimientos nos conduce al vacío emocional, mientras que ignorar la razón nos arroja al caos.
Carecer de conocimientos, es inhabilitarse para sobrevivir. La educación es, por lo tanto, un medio que ayuda a desenvolverse en la vida de una forma más coherente. De igual manera, no podemos caminar por el mundo suprimiendo los sentimientos, pero tampoco podemos hacerlo evitando la razón. Vivir sin sentimientos nos lleva a la psicopatía, a la locura, al daño justificado por carencias. Es imperativo razonar sobre los sentimientos y sentir el razonamiento aplicado a las circunstancias. En la búsqueda de la felicidad está muy presente el sentir. Sin el sentimiento, no hay felicidad. Y la supuesta búsqueda de la verdad, implica el sentir, pero también la razón. El sentimiento colectivo, en tanto que sentimiento, no es más que una patraña, al igual que también lo es la verdad unívoca. Pájaros que revolotean buscando la inexistente rama donde posarse. Así, muchas veces, se confunde al imaginario anterior con una cornisa, con un palo, con un techo… La verdad, entonces, lo es para uno y deja de serlo para el otro.
La actualidad, esa vorágine de información disfrazada de relevancia, no es más que un entramado de falsedades atractivas y meticulosamente diseñadas para desviar la atención. Es un juego calculado: el individuo se pierde en lo irrelevante, opina sobre lo que no debe y revela aquello que lo expone. No existe cebo sin anzuelo; y el valor del anzuelo siempre está en proporción directa al encanto del cebo. Así opera el mundo: entre verdades insípidas y mentiras seductoras que nos arrastran al error. Lo importante es aprender de ese error, corregirlo si es posible y no volver a cometerlo.
En el mundo actual, vivimos en una sociedad donde nuestras verdades personales rara vez capturan la atención de los demás. Lo que realmente fascina a las personas son nuestras miserias, fracasos y debilidades. La verdad, en su forma más pura, pierde su atractivo cuando se despoja de su carga emocional; deja de despertar pasiones o temores y se convierte en algo sobrio y sin dramatismo. Nos engañamos si pensamos que lo que se nos confiesa es importante; si realmente lo fuera, se mantendría en secreto. Las mentiras, por otro lado, tienen un atractivo que los secretos no pueden igualar. Con darse una vuelta por las redes sociales es suficiente para corroborar esta manifestación. Por lo tanto, es fundamental ser conscientes de esta dinámica para no caer en la trampa de lo superficial y mantenernos enfocados en lo que realmente importa. La capacidad de discernir, es crucial para navegar en un mundo donde las apariencias suelen ser más atractivas que la realidad misma. Es difícil el asunto y, en los tiempos que corren, aplicar el antídoto, supone renunciar a la virtualización y retornar al pasado más reciente, cuestión que pocos están dispuestos a hacer.
El idealismo conduce al fracaso. El idealista vive en un mundo fantástico hasta que la realidad lo tumba a bofetadas. Básicamente, el ideal implica una construcción artificial sobre la creencia de que la realidad está mal y la idea de esa realidad que a cada quién le conviene, es lo que hay que construir. Claro, después de un tiempo, la hostia suele ser monumental. Ahí están las redes sociales, la tela de araña que atrapa a los incautos insectos bípedos. El lugar ideal para encontrar a cientos o miles de frustrados que pueden ser aquello que su ideal les indica. El sitio perfecto para quejarse de los demás, donde el amigo virtual alienta la continuidad, el chisme. Un sitio cojonudo para criticar, para demostrar que uno es mejor, inmaculado, perfecto. Ahí, lo que realmente interesa es obtener los likes que se irán sumando tras airear la caca que, bajo un criterio de necesidad subjetiva y muy puntual, logrará que el estúpido se regocije mientras baila triunfante sobre una de las dos caras de la moneda. Así se crean conceptos sobre terceros, basados en ideas volátiles que lo único que consiguen es hacer de este mundo, algo más irracional. La realidad, sin embargo, no cambia. El llorón virtual seguirá siendo la misma basura que ha sido siempre, eso sí, con la satisfacción del momento, nadando entre la felicidad del pendejo. Así, si algo falla, la culpa será de la realidad y no de uno, pues la realidad subjetiva y creada artificialmente, es otra. La culpa es siempre de los demás. No obstante, lo real no perdona. Este problema lo traemos metido hasta la médula en estos tiempos. Es la consecuencia del absurdo Kantiano, del idealismo alemán. Kant no se imaginaba el daño que, indirectamente, le haría al mundo con sus pendejadas. Es lo que nos ha tocado vivir. Desafortunadamente, cada vez cuesta más trabajo pensar y ser coherente con lo real. A muchos les basta con el ideal del trabajo, buscando la felicidad en aspectos circunstanciales que no la proporciona ni la proporcionará nunca. La vida es algo más que el ideal, que el trabajo, que el culpar a los demás de los fracasos propios. La ilusión colectiva no tiene nada de verdad, porque la verdad no es otra cosa que la interpretación del hecho. Así, el colectivismo de la ilusión, solamente se puede entender como un individualismo en el que los ideales fluctúan bajo la bandera de un supuesto interés social, pero nada más.
No soy nadie para criticar. De hecho, me importa poco o nada lo que cada quién haga o piense. Como individuo, me equivoco, trato de aprender y sigo caminando. No soy perfecto ni lo seré jamás. No dejaré nada de utilidad en esta vida, porque no es ese mi objetivo. Es mi sentir, amén de que mi razón, tampoco me conduce hacia algo de provecho. No soy un ermitaño, aunque las circunstancias me inviten a serlo. La tentación es grande, pero la radicalización tampoco conduce a nada. El mal que azota a la sociedad es el idealismo que revolotea sobre lo real. Sabiendo esto, el camino comienza a allanarse.