Marcel Duchamp y "La fuente"
Oscar M. Seoane
11/25/20242 min read


La tontería y la estupidez no son cuestiones nuevas. La prepotencia y el exceso de importancia, tampoco. Este fin de semana estuve revisando algunas cuestiones relacionadas con la estética y, por lo tanto, con el arte. Eso me llevó, de nuevo, hacia R. Mutt o, lo que es lo mismo, hacia Duchamp y su alabada “Fontaine”, considerada en 2004 como “la obra de arte más influyente del siglo XX”, por algunos reputados imbéciles del sector. Al respecto de este asunto, recordemos que hace unos años, otro fulano había presentado en una sala de exposición (no recuerdo si en Italia o Francia), un retrete rodeado de escombro, que fue un notición en los medios. El asunto es que esto me hizo reflexionar sobre la condición humana y hasta qué punto, cualquier cosa se puede convertir en ámbito de discusiones, peleas, desacuerdos, etcétera (en otra entrada ya hablé sobre “los objetivos de la imposición”). A lo que voy con este asunto, es a que, con independencia de lo que cada quién crea o piense, hemos cruzado varias líneas que no deberían de haberse cruzado. Por desgracia, las polémicas están servidas gracias a las redes sociales, donde cualquiera puede expresar, decir y hacer lo que le venga en gana, sin contemplar los efectos. Es así como llegamos al exceso de información, al fake, a dar lástima digital y a esperar que nuestras ideas y criterios sean compartidos por alguien más. También ocurre que, lejos de ser originales, pensemos que nuestras ocurrencias son, en realidad, ideas cargadas de originalidad. Vamos, que a veces hacemos nuestra la invención de la rueda, pretendemos que los demás nos den palmaditas en la espalda y además, esperamos que nos consideren unos genios. ¿No es cierto? Bueno, con darse una vuelta por Facebook o LinkedIn es suficiente: Noticiones sobre IA que replica un montón de gente que no tiene ni puñetera idea de IA, personajes que ofrecen trabajos añadiendo que, como ellos serán los entrevistadores, la cosa no será nada fácil e incluso algún que otro personajillo que pretende ostentar la “verdad absoluta” solamente porque presume un cargo, supuestamente, de cierta relevancia.
Así funcionamos, así nos movemos y así seguiremos hasta que todo reviente, si es que algún día llega a reventar. Y claro, viendo el nivel, uno puede caer fácilmente en la trampa de considerar a un puñetero mingitorio, como una obra de arte contemporánea. La cagada que liberé esta mañana, bien mirada, merecía un premio. “La piedra de la vida”, decidí bautizarla. Ahora solamente falta que los mismos que consideraron a la “Fuente” de Duchamp como una obra influyente, hagan lo mismo con mis heces matutinas y, si ademas hay dotación económica, mejor.